Cinco meses para escribir una novela, cinco años para terminarla

Me pregunto en lo que piensa la gente antes de dormir, en ese trasiego entre la realidad y el sueño. Unos, en cómo van a pagar la hipoteca; otros, en que han ahorrado un poco de dinero y van a comprar un coche nuevo; muchos, en alguna persona que le ilusiona, otros en cuestiones de su trabajo; algunos, en llegar a ser grandes futbolistas; los más religiosos, en Dios; un variado repertorio. Lo único que tienen en común todos esos anhelos es que, cuando el sueño entra, el desarrollo de los acontecimientos suele solucionarse mágicamente. La hipoteca la paga el billete de lotería que hemos comprado y nuestro futuro coche acaba siendo el de Fernando Alonso, acabamos marcando un gol en la final de un mundial o Dios se aparece para mejorar nuestra vida. Es el momento de dormir y solucionar nuestros problemas soñando.
Yo llevaba tiempo pensando en una historia en la que trabajaba mentalmente cada noche. Me dormía y un pobre niño huérfano iba madurando en un ambiente cruel, le acontecían toda serie de aventuras que iba recordando cada noche. Una buena mañana pensé que podría escribirlas; el resultado, unos esquemas y la estructura de una novela reproduciendo toda la vida de un personaje. ¿Por qué no hacer de ellas un libro?
Comencé a escribir, la historia daba mucho de sí. Haciendo cálculos superaría las mil páginas. Era cuestión de dividirla, salían tres partes. Escribiría la primera. Todo era fluidez. No tardé más de cuatro meses en escribir la historia, un tiempo record. Un mes más para iniciar una investigación superflua e indicar los principales acontecimientos. Apenas había tardado unos meses en escribir una novela de 400 páginas. Buena marca.
Lo que no sabía es que ahí era donde empezaban mis problemas.



La fase menos creativa de la Literatura, o eso dicen.

Acontecimientos, personajes, algunos lugares y la base del argumento, muchas cosas estaban hiladas; pero quedaban otras muchas por hilar. Dotar el texto de una profundidad histórica era uno de los retos que se planteaban. Exige investigación y menos mal que internet puede echarte una mano; pero hay que visitar archivos, leer documentos, libros históricos, hablar con gente... Por no hablar de la localización, buscar parajes, visitarlos, recoger leyendas, creencias... Cuando podía, hacía algún viaje, para eso que llaman documentarse, algo que además no es gratis, desgraciadamente.
Poco a poco la historia se iba reconstruyendo y "poco a poco" cristaliza en el paso de años. ¡Que barbaridad!

Además, cada relectura del texto daba para encontrar lagunas que había que ir cubriendo. Escribir es fácil, leer, no tanto. Reescribir y reescribir. Hasta que al fin crees que la historia está lo suficientemente sólida para empezar a moverla. Concursos, editoriales, todo con poca fe. ¿Para que voy a perder el concurso de la biblioteca de mi pueblo, pudiendo perder el "Planeta"? Y lo que es peor, dando ideas en un mundo en el que faltan y en el que no van a dudar en copiar. Conclusión, nada. Solo que, sin descubrirlo, surge la fe. Me he metido en un lío de años, he gastado dinero ¿Por qué no creer?. Pero... ¿cómo?.



Resulta que el escritor es la parte más débil del engranaje editorial, habría que cambiarlo, pero ahora en mí, el ejercicio de la escritura ya es una cuestión de ideales. Las editoriales son una estafa y las ansias de gloria del escritor, estimuladas en las fases previas al sueño, cada noche, nublan los deseos de cualquiera. Afortunadamente mis sueños me proporcionaban historias, no ambiciones y no estaba dispuesto a regalarme. ¿Qué hay de la autoedición? Hay quien piensa que solo es el refugio de los malos escritores; pero no tiene por qué ser así, también es el altar de los hombre con fe. Lo haré yo mismo. Estudios de mercado y más dinero, el que no tengo. Pero ¿a quien le importa sacrificar dinero y trabajo por una cuestión de fe? Lo haré.
Claro que repente surge una nueva duda metódica: ¿está a la altura el texto del hecho de la publicación? Hay que revisarlo de nuevo. Recrearlo desde la nada. Buscar asesores y darle un sentido no ya solo al texto, sino al libro como objeto. Llevo los últimos seis meses maquetando el maldito libro, que dejó de ser una ilusión hace tiempo para convertirse en un coñazo. Si veinte veces lo leyera, veinte veces lo cambiaría.
Y ahora muéstralo al público, véndelo. Y no ya para ganar dinero -una entelequia-, sino para recuperar parte de lo gastado. Prepara presentaciones, márketin, una página web -cómo no-, posibilidades de venta en la red. Definitivamente, que escribir no es nada fácil. O mejor dicho, sí lo es. Lo auténticamente difícil es acabar los libros. Para que soñaría yo con historias, cuando iba a dormir, en vez de preguntarme cómo pagar la hipoteca,  como cultivar los amores o qué coche comprarme. Incluso, aunque los apuros me impidieran dormir, no sería tan axfisiante como llevar aquel regalo de mi mente a una librería. a conclusión es bien sencilla: No seas escritor y paga tus facturas, que dirían los anglosajones, que de todo esto de cuestiones literarias saben mucho. ¿No?



No hay comentarios:

Publicar un comentario